TODO SE RECONSTRUYE_Santiago Olmo


Un malentendido, cuando se aclara puede dar pie a un nuevo encuentro. Sin embargo, hay ocasiones en que los malentendidos se asientan de manera permanente, como formas estables de relación generando una total confusión de la que es muy difícil salir. Y este tipo de confusión ha dominado el modo de enfrentarse a África desde Europa, para concluir en la no comprensión de lo que estamos viendo.
África ha sido construida históricamente en el imaginario europeo como un lugar impenetrable, mediante el misterio y lo asombroso. Sobre el continente se han proyectado los sueños de la imaginación y la fantasía, pero también las pesadillas, convirtiéndolas en una realidad colonial, como una extensión del pensamiento de la esclavitud.
Incluso aquellas aproximaciones que intentaban penetrar en el misterio de «África» para explicar el asombro, se han convertido en tópicos inmanejables cuya fuerza devastadora sigue sin dejar ver, poniendo un velo de preconceptos ante los ojos, haciendo enmudecer a todas las imágenes. Con el paso del tiempo y una consolidación mineral de los tópicos en el presente, la carga poética (incluso una cierta inocencia) que se trasluce en los testimonios de los primeros viajeros, se ha disuelto hasta encarnarse en la estulticia de un dramático malentendido permanente.
Inicialmente los tópicos respondían a la impenetrabilidad del misterio, hubieran debido tener la función de hacer comprensible lo inaprensible, como un primer paso que abriera luego hacia un conocimiento más preciso y cercano. Pero los tópicos se han instalado como verdades de pacotilla que suplantan la realidad y no permiten comprender nada de lo que nos ocurre.

¿Cómo es posible sintetizar un continente, cuando la propia palabra África ha acabado siendo una convención? El mundo se ha reducido en sus dimensiones y en nuestras mentes, y nuestra percepción entiende la lejanía y la proximidad desde otros parámetros que ya no responden exactamente a distancias espaciales. Empezamos a comprender que no existen esencias incontaminadas y que los lugares se construyen cada día mediante diálogos y experiencias, no siempre compartidas, más a menudo en paralelo. ¿Por qué insistir entonces en el significado antiguo (esencialista) de las palabras que nombran la geografía, ya solo como genéricas direcciones en el espacio?
Ya no es posible hablar de un África, sino de Áfricas. Tantas como voces que sepan contar su diversidad mestiza y su presente. Y ese precisamente es el trabajo de hoy: renombrar, resituar, reconstruir, partiendo quizás de un cero más aquilatado por las experiencias compartidas, desmontar la noción de África como safari costumbrista, abandonar el paternalismo y disolver, sin obviarlo, el malentendido original que pesa casi como un pecado.
Es muy significativo que en el laberinto de preconceptos y tópicos, el título de la novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, haya sido entendido, sobre todo y de una manera general, como una descripción y definición del lugar: el río Congo que atraviesa el centro del continente, el corazón de África. Sin embargo, a medida que penetramos en la novela y mientras Marlow remonta el curso del río en busca de Kurtz, las «tinieblas», el «corazón de las tinieblas», toman cuerpo como un estado de ánimo, como una pesadilla interior, como una locura que pertenece a los hombres y no a la geografía o al paisaje.
Bien es cierto que el inicio de la novela arranca en una conversación sobre la cubierta de un barco anclado en el Támesis, el bergantín Nellie. Marlow, un avezado marinero capitán de barco, junto a algunos directivos de la compañía comercial que le contratan, intenta explicarse las percepciones individuales que hay detrás de la colonización. Centrándose en lo que podía pensar y percibir un individuo cualquiera, pone el ejemplo de un oficial de Julio César durante la campaña de Britania, y revive lo que los romanos debieron sentir al adentrarse por ese mismo río, percibiendo el misterio de una tierra ignota: «Y también este –dijo de pronto Marlow– ha sido uno de los lugares oscuros de la tierra. […]
Un país cubierto de pantanos, marchas a través de los bosques, en algún lugar del interior la sensación de que el salvajismo, el salvajismo extremo, lo rodea…, toda esa vida misteriosa y primitiva que se agita en el bosque, en las selvas, en el corazón del hombre salvaje. No hay iniciación para tales misterios. Ha de vivir en medio de lo incomprensible, que también es detestable. Y hay en todo ello una fascinación que comienza a trabajar en él. La fascinación de lo abominable. Pueden imaginar el pesar creciente, el deseo de escapar, la impotente repugnancia, el odio.»[i]
Esta especie de introducción tiene no solo la función de establecer un precedente para la exploración y la colonización: todos los lugares fueron inicialmente tenebrosos para quienes los descubrían por primera vez. También funciona como una metáfora o una imagen, en la que sobre las geografías los hombres proyectan los fantasmas y los miedos que anidan dentro de ellos. Por eso las tinieblas han de buscarse en el interior de los hombres. El «corazón de las tinieblas» anida en Kurtz, en los hombres, a través de la codicia, en el colonialismo.[ii]
Al contrario de lo que ocurre con muchos otros diarios de viajeros, el diario que escribe Joseph Conrad en el Congo, apenas da noticias que puedan interesar a un lector contemporáneo. Es excesivamente escueto y se centra en una árida descripción topográfica, con pocas anécdotas y aún menos apreciaciones. Sin embargo, todo su valor parece concentrarse en una frase que escribe en la primera entrada, el 13 de junio de 1890 en el puerto fluvial de Matadi, casi como un planteamiento de principios y una trágica intuición: «Me siento lleno de dudas sobre el futuro. Ahora pienso que mi vida con la gente (los blancos) de aquí no podrá resultar demasiado agradable. Pretendo evitar todo lo posible entablar relaciones. […] La característica principal de la vida social aquí: criticarse los unos a los otros.»[iii]
Algunas décadas más tarde, en 1925, André Gide emprende un viaje al África Ecuatorial Francesa, en una misión oficial del Ministerio de las Colonias, que le abre puertas y le facilita los medios de transporte sobre el terreno.
El diario del viaje será publicado a su regreso a Francia en dos partes, Voyage au Congo en 1927 y Le retour du Tchad en 1928, con la dedicatoria  «À la Mémoire de Joseph Conrad». La presencia de Conrad es un hilo conductor, secreto e íntimo, una clave de comprensión para lo que ve: «Releo por cuarta vez El corazón de las tinieblas. Solo después de haber visto el país del que habla, percibo toda su excelencia.»
Parece que se refiere únicamente al paisaje, pero identifica «la excelencia» en el modo en el que la novela traza la fuerza del desgarro interior. En cierto modo, Gide vive un paralelo con la novela de Conrad ante el espectáculo depredador y cruel de las compañías concesionarias de caucho que operan en la región. La publicación de los diarios, acompañados de apéndices con correspondencia e informes sobre las concesiones, y artículos en la prensa producirá un agrio debate en Francia, con importantes consecuencias políticas, aunque quizás no suficientes para alterar la lógica de la explotación.
A diferencia de otros relatos de viajes a África de la época, la mirada de escritor de Gide confronta la realidad con las imágenes soñadas, aunque estas últimas no suelen aflorar sino como contrapuntos de otros nuevos descubrimientos.
En el barco, durante los primeros días de travesía, hacia África, Gide confiesa en una conversación con otro pasajero la ambigüedad de enfrentarse al «misterio»:
«—¿Qué es lo que va a buscar allí (en África)?
—Espero llegar allí para saberlo.»
Parece un planteamiento de principios. Lo que encontrará corregirá sus expectativas y el viaje será, como todos los viajes vividos desde la autenticidad, un proceso interior.
Enmarcado en esa categoría de proceso interior se desarrolla el proyecto de Antoni Socias y Caramo Fanta.
El propio título de la exposición «Mi otro yo con otras contradicciones» propone algo más que una mera colaboración. Por un lado se plantea como una inmersión en la alteridad, por otro subraya una metodología basada en las contradicciones con el objetivo (ambas) de establecer diversos procedimientos visuales capaces de disolver tópicos y (al menos intentar) esclarecer malentendidos.
La propia idea de la exposición se despliega como un dispositivo que muestra procesos y experiencias visuales, y no deja de ser en sus  resultados un proceso (compartido) donde se intenta ensayar una alteridad que altere eficazmente los condicionamientos de la mirada.
La alteridad, que consiste en cuestionar los principios de identidad, resitúa la mirada en la perspectiva de un otro que es el propio yo.
Las series han sido realizadas desde un diálogo visual en el que el valor de la autoría queda relegado a un segundo plano, para permitir a las imágenes construir planos de vibración y tensión: espejos dobles para resituar las miradas en una dimensión crítica. Entre el mirar desde afuera como si fuera desde dentro, y mirar desde dentro para situarse fuera, discurre la voluntad de romper con los vestigios tópicos del documentalismo costumbrista. Precisamente ese objetivo, que en esta ocasión aparece como el socavamiento y la invalidación de la mirada que ha sustentado el viaje a África en forma de safari, ha sido uno de los objetivos críticos hacia los que ha apuntado desde los años ochenta el trabajo artístico de Antoni Socias. La negación del sueño/pesadilla colonial pasa por el cuestionamiento del reportaje, desde una rehabilitación de la invención como mecanismo intrínseco de otra modernidad posible.
 
La invención (colonial) de África se sustenta en parte en la idea o la creencia de que blanco se opone a negro, y negro a blanco, como dos polos de una falsa dicotomía entre la razón y la emotividad, el pensamiento racional y el pensamiento mágico, entre la modernidad y lo primitivo, entre la autenticidad y las convenciones. Interesadamente, y atrapados en el callejón de las identidades y de los esencialismos, tanto el colonialismo como los discursos postcoloniales se han fundado  en la oposición y la dicotomía, que representan con mayor precisión el malentendido.
Cuando Antoni Socias habla de otro yo negro, o se pinta la cara con chocolate (ni más ni menos que como los concejales que en la cabalgata de reyes deciden, precisamente por su popularidad entre los niños, desempeñar el papel de Rey Baltasar) busca la representación y la expresión de ese yo negro que se niega en la dicotomía de la identidad.
Por el contrario, en Rehabilitaciones arquitectónicas, Caramo Fanta, presenta una serie de retratos de negros cuyos rostros pintados de blanco son el soporte de dibujos geométricos que como pinturas rituales parecen reflejar el deseo exótico de la diferencia que exige la mirada «safari».

Las paradojas y los disparates producidos por los patrones coloniales de desigualdad y sumisión se han manifestado en África como una constante, especialmente en los ámbitos de una teatralización situada entre la psicopatología de la imitación y una catarsis carnavalesca de la representación grotesca de las costumbres y tipos del «amo» colonialista. En estas manifestaciones del folclore popular de la colonia se reproducen los esquemas de explotación en las contradicciones irresueltas del amor-odio, como una pantomima de adoración y ridiculización, como una metodología de apropiación, en una encarnación del otro a través de sus gestos y sus poses. Les maîtres fous (Los amos locos) realizado por Jean Rouch en 1955 en los alrededores de Accra (en aquellos tiempos territorio británico de Gold Coast, y actual Ghana) documenta un ritual de la secta Hauka, en el que la catarsis individual y colectiva pasa por la representación de las costumbres de los «amos blancos». No deja de ser sorprendente que escenas similares sean descritas en forma de anécdota en el diario que Michel Leiris publicará bajo el significativo título de El África fantasmal, tras su viaje desde Dakar a Djibouti entre 1931 y 1933. En el camino que conduce a Bamako desde Dakar, Michel Leiris y sus compañeros de viaje paran en la aldea de Malèm Nyani y allí, junto a las autoridades del poblado, asisten a un extraño espectáculo:
«[…] el bama se entrega a distintas cucamonas, se burla de los franceses imitando sucesivamente a la mujer melindrosa, al hombre elegante y al brutal jefe de la obra, lanza pullas contra el morabito, y después efectúa, acentuada por grandes exclamaciones, toda una pantomima obscena en el curso de la cual realiza el simulacro de ofrecer por turno a los espectadores su culo y su verga, haciendo también ademán de comerse su propia mierda, llevándose la mano al culo y a la boca alternativamente.»[iv]
En la línea de estas manifestaciones, numerosos observadores han subrayado la conexión y continuidad entre el saqueo de África perpetrado por la administración colonial y por las nuevas élites africanas tras las independencias, como una imitación de modelos. Desde esta perspectiva y de manera genérica, el actual ejercicio individual del poder, a lo largo de los distintos niveles y estratos sociales, se basaría en la reproducción de las formas de abuso que surgieron en la colonia, ocupando sus lugares (espacios, casas y formas de ostentación) y apropiándose, encarnándolo, del papel de amo y dueño, que desempeñó incluso un simple funcionario colonial.
Muy a menudo estos trasvases entre el «negro» y el «blanco» han circulado a través de milenarismos, de movimientos proféticos y religiosos, que junto a la salvación espiritual buscaban la salvación cultural y política mediante la independencia. Entre ellos destaca el culto kimbanguista, fundado por Simón Kimbangu en el Congo de los años treinta, como una religión recosida con elementos cristianos y mesiánicos, animistas y anticoloniales, que adopta un carácter liberador. La administración belga reprimió con dureza el movimiento religioso, y tras detener a su fundador este morirá en la cárcel presumiblemente a causa de malos tratos y torturas. Michela Wrong reproduce una de sus máximas, que anuncia una liberación y una resurrección que condensa la disolución de la alteridad: «los blancos se volverán negros y los negros se volverán blancos.»[v]     
¿Es posible desenmascarar realmente los malentendidos?  
Es una tarea difícil, pero posible.
El proyecto de Socias & Fanta es un intento de resituar el marcador en otros parámetros.
Cada serie cumple una función determinada, todas acaban siendo decisivas, y en relación con el conjunto aparecen como las piezas de un puzzle que es redibujado a medida que descubrimos las tensiones internas y sus posibilidades combinatorias y complementarias.
Para comprender el alcance antisafari de sus intenciones hay que detenerse en algunos retratos en los que la mano blanca del fotógrafo presenta en la imagen un rostro negro que se destaca así del paisaje.
Presentando personas, es un trabajo que Antoni Socias inició en Mallorca hace años, pero insertado en el contexto africano parece convertirse en un mecanismo que abre a una reconsideración del individuo más allá de su entorno, trasgrediendo el formato del retrato fotográfico mediatizado por la cámara y asumiendo la importancia que tiene el acercamiento y el contacto. En definitiva, la presentación subraya el carácter nuclear que el acto de compartir y de participar tiene en toda mirada.
Para reconsiderar el paisaje como un espacio de modernidad, pero desactivando la mirada documental y en definitiva inutilizando el síndrome del reportaje mediante la ficción, Socias & Fanta establecen un marco de dialogo de imágenes que se sitúa en paralelo a Presentando personas, pero en esta ocasión no hay brazo y mano que sostengan al «otro»: una imagen de Socias actúa como soporte, mediante la «estratagema» de una valla publicitaria, de una imagen de Fanta.
Frente al caos, Dual product reconstruye un paisaje imaginario, pero definitivamente más real que el que parece ser verdadero. No se trata de una invención sino más bien de una interpretación, que nos conduce irremisiblemente al ámbito impreciso de los sueños, como expresión de los deseos. El deseo es el eje del cambio y condensa un nuevo imaginario simbólico, que ya no tiene conexión con la idea de misterio (el África misteriosa) o con los fantasmas (el África fantasmal), ni siquiera con la identidad o el origen (el África primitiva). Poco a poco podemos situarnos en otro mundo, en el que el viaje ha dejado de ser safari, en el que el rumor de la selva o el silencio de la sabana dejan paso a los sonidos (electrónicos) de otros instrumentos (pienso en el sonido del grupo congoleño Konono n. 1).
Engarzada con el deseo está también la función de Contemplaciones adjuntas: sugerir las formas en las que las nuevas imágenes de la modernidad se insertan en el paisaje humano y en el imaginario atávico, donde la naturaleza es leída desde los signos, y donde los sueños de futuro y de presente cumplen la función de una nueva catarsis de liberación individual. En definitiva, las miradas interiores se expresan asumiendo como propias esas otras formas de modernidad dibujadas como sueños que son ya realidad y que finalmente rompen con el reportaje folclórico, distanciándose de cualquier tentación etnográfica y de todo «buenismo oenegero». Es un camino que sirve para desbrozar otros modos de modernidad, hechos de cruces, que a veces parecen jirones recosidos, pero que desvelan una alternativa a la imagen reiterada de un derrumbe permanente.
Chinua Achebe tituló su primera novela, publicada en 1958, Things Fall Apart (Todo se derrumba), y desde entonces, y a pesar del paréntesis en espejismo de las independencias, todo parece seguir derrumbándose. Pero siempre hay constructores, arquitectos de sueños y de deseos.
Es posible reconstruir releyendo los escombros.
                                                                                                                           


[i] Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, traducción de Sergio Pitol, en Colección Biblioteca Personal Jorge Luis Borges, Barcelona, Orbis, 1986, p. 17-18. Véase también Joseph Conrad, The Heart of Darkness and The Congo Diary, Milà, Mursia, 1978-1983, p. 26-30.
[ii] He encontrado esta misma lectura de la obra de Conrad en Michela Wrong, Tras los pasos del señor Kurtz, Barcelona, Intermón Oxfam, 2005. Para consultar la edición en inglés: Michela Wrong, In the Footsteps of Mr. Kurtz: Living on the Brink of Disaster in the Congo. HarperCollins, 2001. Véase también la exposición «El corazón de las tinieblas» en La Virreina, Barcelona: <http://www.bcn.cat/virreinacentredelaimatge/anterior/tenebres/indexE.htm>.
[iii] Joseph Conrad, The Heart of…, 1979-1983.
[iv] Michel Leiris, L’Afrique fantôme, Gallimard, 1988. Véase la edición en español: Michel Leiris, El África fantasmal, Valencia, Pre-textos, 2007, p. 58. Para consultar la edición en alemán: Michel Leiris, Ethnologische Schriften in vier Bänden: Band 4: Phantom Afrika. Tagebuch einer Expedition von Dakar nach Djibouti 1931-1933. Zweiter Teil: BD 4 /Tlbd 2 (suhrkamp taschenbuch wissenschaft).
[v] Michela Wrong. Ibídem, p. 221.